Esquizofrenia climatoide (?

En verano reina la fiesta, el carnaval y la música, corre el alcohol, abundan amigos, se vive de noche, se ríe de día. Con el calor nada importa, todo es efímero, las cosas pasan sin tocarme, me burlo de mis problemas y me rehúso a mirar más allá del ahora. El calor me da sed, mi sed llama al vino, mi vino pide hielo, al hielo lo traen los amigos. Las charlas alegres son cosa de todos los días, nunca falta oportunidad para reunirse. El verano está lleno de colores, de agua, de sol y de gente sonriente. El verano es perfecto, salvo porque con él me olvido de que tengo obligaciones y nada más me importa que divertirme. El verano me hace pensar que la única forma de felicidad está escondida en bailar y amar de a ratitos.
En invierno, en cambio, reluce mi lado intelectual, adulto, maduro, analítico. El frío me regala grandes verdades, me abre los ojos a cosas que siempre estuvieron ahí pero nunca pude ver. En invierno todo se analiza y me sobran crisis, de esas que me hacen desechar cosas viejas para aceptar las nuevas con un poco más de optimismo. Cuando hace frío, como muchos animales, este ser humano hiberna, se vuelve introvertido, familiero, estudioso y guarda en un cajón de su placard las ganas de enfiestarse y charlar con gente que, como su alter-ego veraniego, no tiene interés en otra cosa más que vivir de fiesta. El invierno también trae consigo la melancolía y las ganas de abrazos; cualquier recuerdo es válido para ponerse triste y necesitar a alguien a quién querer hasta que el frío pase. El frío es, a la vez, cruel y generoso, porque me regala sabiduría, pero sólo si estoy dispuesta a sacrificar cosas y personas para obtenerla. El invierno me ayuda a ir delimitando cada vez con más precisión quién soy y qué quiero, y eso me vuelve cada vez más vieja, lo que me hace creer que, aunque haya nacido en pleno carnaval, yo me hago un año más grande recién en el invierno. Hoy tengo 19 inviernos encima.


Buenas noches!

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