La adolescencia no se termina.
La adolescencia se mata. Nos la matan.
Creo que sigo siendo una adolescente,
a pesar de los múltiples intentos del mundo de matar mi mal llamada inmadurez.
Me creo, a pesar de todo, más madura que el resto de la gente de ese mundo.
El mundo no entiende mis ideas ni mis ideales,
porque el mundo se rige por estructuras impuestas
y se basa en la falta de cuestionamiento de las mismas.
Madurar es, a mi inmaduro parecer, ser capaz de cuestionarlas y romperlas.
Pero en este mundo, se llama maduro a quien más las respeta.
Soy una adolescente aún, por creer que puedo vivir sin dichas imposiciones,
porque ser adulto es haber sido despojado de esa esperanza,
es vivir creyendo que no se puede, no porque de verdad no se pueda,
sino porque terminamos creyendo que un límite inexistente nos cerca,
y no podemos ver que en realidad ese límite no existe,
que en realidad no está ahí, que en realidad no hay nada ahí,
y que cruzándolo, ahí sí, está todo.
Nunca quise llegar a la adultez, porque eso significaría que no me cuestioné cosas cuestionables,
que no fui en contra de lo que podía estar en contra,
que no rompí lo que podía romper para rehacerlo de manera diferente...
significaría que imposiciones sin sentido me ganaron,
que me dejé vencer, que dejé que mataran mi adolescencia.